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Monthly archives "noviembre"

3 Articles

La mirada de Clarice Lispector

Amor (1952) de Clarice Lispector
«Un poco cansada, con las compras deformando la nueva bolsa de malla, Ana subió al tranvía. Depositó la bolsa sobre las rodillas y el tranvía comenzó a andar. Entonces se recostó en el banco en busca de comodidad, con un suspiro casi de satisfacción. Los hijos de Ana eran buenos, algo verdadero y jugoso. Crecían, se bañaban, exigían, malcriados, por momentos cada vez más completos. La cocina era espaciosa, el fogón estaba descompuesto y hacía explosiones. El calor era fuerte en el departamento que estaban pagando de a poco. Pero el viento golpeando las cortinas que ella misma había cortado recordaba que si quería podía enjugarse la frente, mirando el calmo horizonte. Lo mismo que un labrador. Ella había plantado las simientes que tenía en la mano, no las otras, sino esas mismas. Y los árboles crecían».
Así comienza el cuento «Amor» (1952) de la autora brasileña que hubiera cumplido 100 años en diciembre. 

Para seguir leyéndolo: 

https://www.apuruguay.org/sites/default/files/Lispector-Amor.pdf

Dice Florencia Garramuño sobre la literatura de Clarice Lispector:
«No se trata de narrar lo extremo o lo sublime; tampoco, de narrar aquello de lo que no se puede hablar porque la lengua se traba y se anuda en sí misma. Se trata, en cambio, de narrar lo más banal y lo más cotidiano, aquello que anida escondido en los recovecos de sensaciones y percepciones, pero que no alcanza a constituirse en acontecimientos o episodios narrables de una forma tradicional».

La nota completa en: 

https://www.lanacion.com.ar/cultura/clarice-lispector-los-misterios-gran-escritora-ucraniana-brasilena-nid2511726

La vida mentirosa de los adultos, de Elena Ferrante

La vita bugiarda degli adulti

“Dos años antes de irse de casa, mi padre le dijo a mi madre que yo era muy fea. La frase fue pronunciada en voz baja, en el apartamento que mis padres compraron en cuanto se casaron, en el Rione Alto, en la parte de arriba de San Giacomo dei Capri. Todo se detuvo: los espacios de Nápoles, la luz azul de un febrero gélido, aquellas palabras. Yo, en cambio, quedé a la deriva y sigo ahora a la deriva dentro de estas líneas que quieren darme una historia, y sin embargo no son nada, nada mío, nada que haya empezado de veras o haya llegado a puerto: solo una maraña que nadie, ni siquiera quien escribe en estos momentos, sabe si contiene el hilo preciso de un relato o es simplemente un dolor enredado, sin redención.”

A modo de proemio, así comienza magistralmente la odisea de Giovanna, en su periplo por los barrios napolitanos y la vida de los adultos, descubriendo a cada paso una trama de mentiras,  signada en una pulsera que pasa por las muñecas femeninas dejando huellas indelebles.

Pirandellianos, los personajes femeninos narran a un/a autor/a ignoto/a, Elena Ferrante, que confiesa en una entrevista dada por correo electrónico: “no me arrepiento de mi anonimato. Descubrir la personalidad de quen escribe a través de las historias que propone no es ni más ni menos que un buen modo de leer”.  Los críticos se debaten en atribuirle género masculino o femenino; alguno, en el colmo de la falacia, llega a argumentar que, dado el modo antirromántico con que se presenta  la iniciación sexual,  Elena Ferrante es el seudónimo de un autor. En pleno siglo XXI…

Es que no importa quién es Elena Ferrante; allí están sus personajes de carne y hueso, Lila y Lenú, en la saga Dos amigas,  cuatro novelas en cuatro años: La amiga estupenda (2012), Un mal nombre (2013), Las deudas del cuerpo (2014) y La niña perdida (2015). Con La vida mentirosa de los adultos (2020), Giovanna e Ida comienzan posiblemente una nueva historia…

Borges sigue escribiendo: «Silvano Acosta», un texto inédito

Mi padre fue engendrado en la guarnición de Junín, a una o dos leguas del desierto, en el año de 1874. Yo fui engendrado en la estancia de San Francisco, en el departamento de Río Negro, en el Uruguay, en 1899. Desde el momento de nacer contraje una deuda, asaz misteriosa, con un desconocido que había muerto en la mañana de tal día de tal mes de 1871. Esa deuda me fue revelada hace poco, en un papel firmado por mi abuelo, que se vendió en subasta pública. Hoy quiero saldar esa deuda. Nada me costaría fantasear rasgos circunstanciales, pero lo que me ha tocado es lo tenue del hilo que me ata a un hombre sin cara, de quien nada sé salvo el nombre, casi anónimo ahora, y la perdida muerte.
Asesinado Urquiza, la montonera jordanista asedió a Paraná. Una mañana entraron a caballo en la plaza y dieron la vuelta golpeándose la boca y gritando algún sapucai para hacer burla de la tropa. No se les ocurrió apoderarse de la ciudad.
Para levantar el sitio, el gobierno envió al regimiento número dos de infantería de línea. Faltaban plazas y una leva recogió algunos vagos en las tabernas y en las casas malas del Bajo. Acosta fue apresado en esa redada, entonces común. Nada me costaría atribuirle una parroquia de Buenos Aires o un oficio determinado -peón de albañil o cuarteador- pero esa atribución haría de él un personaje literario y no el hombre que fue lo que fue. A la semana desertó del cuartel y se pasó a los montoneros. Tal vez pensó que la disciplina entre gauchos sería menos severa que en las filas de un ejército regular. Tal vez quería desquitarse de haber sido arrastrado a la guerra. Prosiguió la campaña y un Destacamento del Dos trajo prisioneros. Alguien reconoció al pobre Acosta. Era un desertor y un traidor. El coronel Francisco Borges, mi abuelo, firmó la sentencia de muerte con la buena caligrafía de la época. Cuatro tiradores la ejecutaron.
Yo nací treinta años después. Un vago sentimiento de culpa me ata a ese muerto. Sé que le debo una reparación, que no le llegará. Dicto esta inútil página el diecinueve de noviembre de 1985.

Jorge Luis Borges dictó a María Kodama este texto el 19 de noviembre de 1985. Moriría en Ginebra unos meses más tarde, el 14 de junio de 1986.
Publicado por La Nación, 1/11/2020

https://www.lanacion.com.ar/cultura/silvano-acosta-el-texto-inedito-de-borges-nid2493608