Conclusiones del debate entre participantes en la jornada “El futuro de la educación (en nuestras manos)”


Silvia Enríquez y Erica Scorians (compiladoras)

Durante la jornada y luego de la ponencia de John Moravec y el panel “Nuevos rumbos en la educación y la investigación”, los participantes se distribuyeron en grupos para debatir sobre los contenidos del Manifiesto 15 y redactar un informe de los temas que cada grupo decidió tratar. El documento que presentamos a continuación incorpora las conclusiones de esta discusión, en las palabras de los mismos participantes.

 

Diagnóstico

Parte del debate se centra en comentar de qué modo sucede, en Argentina, lo que afirma el punto 1 del Manifiesto: “El futuro ya está aquí. Simplemente no está distribuido por igual”. Argentina es un claro ejemplo de la distribución desigual del acceso a la tecnología. No solo a nivel nacional, sino también a nivel regional e incluso en una misma ciudad, y a su vez con la diversidad social con la que se cuenta en una misma aula.

Las experiencias personales de los docentes presentes en el encuentro indica que hay escuelas y universidades que cuentan con computadoras y proyectores en las aulas pero esto no es lo que sucede en la mayoría de los casos. Hay otras que solo cuentan con un pizarrón y tiza. La infraestructura es una limitación para romper las reglas con respecto a la tecnología ya que son pocos los espacios educativos en los que se cuenta con las herramientas necesarias.

Por otro lado, otra limitación que encontramos además de la infraestructura es el sistema escolar en su totalidad. Romper las reglas dentro del aula es difícil en un marco institucional ya que los docentes tienen que cumplir con un currículo y temario. Los padres, los directivos, los docentes y los alumnos a veces cuentan como obstáculos también.

La relación entre alumno y profesor continúa siendo asimétrica, porque simplemente se “baja” y reproduce la información. Esto es parte de la razón por la que existe una gran pasividad en el aula.

Muchos de los integrantes de los grupos son todavía alumnos y cuentan experiencias propias. Por ejemplo, que a veces son los mismos alumnos los que obstaculizan los cambios. A veces los docentes quieren abrir el debate y los estudiantes quedan pasivos. Los mismos alumnos proponen el cambio, pero luego le tienen miedo. Por esta razón, es necesario pensar cómo se podría trabajar para que los alumnos pierdan el miedo a participar y a ser activos en el aula.

También se identificó como problema el hecho de que usamos las tecnologías para las mismas prácticas antiguas.

Acerca del punto 5 del Manifiesto, que afirma “No valores lo que medimos; mide lo que valoramos”, consideramos que, en nuestra obsesión por examinarlo todo, de alguna manera hemos permitido que la OCDE se convierta en el “ministro de educación del mundo”. Mediante el régimen de PISA, el culto a la medición educacional se está difundiendo por todo el mundo. En un nivel nacional, de Estado a Estado, es como si compitiéramos por llegar a ser el chico más sobreadaptado, en una familia monótona y tediosa. Aún peor, nuestras escuelas están produciendo políticos y líderes de políticas que no saben interpretar los resultados de los exámenes.

El sistema de evaluación es visto como una limitación en el rendimiento del alumno. La evaluación equivale a una perversión del sistema, donde se espera lo mismo de todos los alumnos (normalización de los sujetos), cuando en realidad sabemos que cada alumno es diferente, único.

 

¿Cómo resolver estas diferencias y avanzar hacia lo que queda por hacer?

Surgieron muchas preguntas y pocas respuestas. En primer lugar, ¿desde dónde se hace el cambio: desde abajo hacia arriba, desde arriba hacia abajo?; ¿quienes deben provocar el cambio? Creemos que la solución a este problema no puede darse desde el docente solamente, sino a partir de políticas estatales.

Además, la formación, tanto del alumno como del docente, es esencial. Este entrenamiento requiere también tiempo y ganas por parte del docente y pensamos que el aprendizaje de las nuevas tecnologías debería formar parte de la formación universitaria de los docentes para que el conocimiento de esta sea accesible para todos. Este proceso de aprendizaje debería continuar después de recibidos.

La infraestructura se debería tomar como punto de inicio para que los alumnos tengan el primer contacto con la tecnología. Con respecto a esto, surgieron las siguientes preguntas: ¿Cómo hacemos las tecnologías invisibles en el aula? ¿Cómo usar la tecnología en forma creativa?

Los docentes no sabemos si estamos preparados para llevar esto a cabo. Para comenzar, tratemos de que la computadora ya esté en la mesa antes de que los alumnos lleguen. Además, es necesario hacer una comparación con el pizarrón, cuyo uso se volvió invisible. La invisibilidad es equivalente a eficiencia educativa. Las Escuelas Sudbury son exponentes de esta invisibilidad en el aprendizaje.

El uso de la tecnología en el aula no solo depende de incluir multimedia, sino que el docente debería actuar como una guía para que los alumnos sepan cómo acceder a la información. Por ejemplo, que ellos aprendan a buscar información por sus propios medios y discernir las fuentes confiables de las que no lo son.

También se debería trabajar para que los alumnos pierdan el miedo a participar y a ser activos en el aula. ¿Qué se puede hacer para mejorar esto en la universidad? Conversar con los alumnos, principalmente los ingresantes, para que se sientan seguros para debatir y que pierdan el miedo a ser observados por sus pares y el profesor. El docente debe crear un espacio seguro para que el alumno se anime a preguntar y a discutir. Los adultos suelen ser, a su vez, más inseguros y tienen más miedo a cometer errores. También, a veces los alumnos ven al docente como un individuo distante difícil de acceder. Muchos alumnos se sienten más seguros cuando logran una relación más personal con ellos.

Se debe tener clara la diferencia entre conocimiento e información. Para ello, es necesario fomentar el trabajo a través de proyectos donde la institución educativa esté conectada con la realidad. Plantearse cuán versátil es el curriculum, ver en qué punto hay que buscar un consenso para modificar las instituciones educativas y “romper las reglas”.

Debemos también resignificar modelos anteriores, pensar en cómo homologar nuestros criterios “que rompen con lo tradicional” (entre muchas comillas) con los definidos por el sistema. Se trata de un cambio que, en muchas oportunidades, es difícil y a la vez sutil, que se produce en el área de acción, por ejemplo el aula, y desde ahí debería ir contagiando las formas dentro de los lineamientos del sistema.

Por otro lado, se debe tener en cuenta que en la actualidad, la interacción se da entre conocimiento, alumno y profesor, ya que juntos crean conocimientoProponemos un cambio de rol en los profesores. Deben ser mediadores que incitan la reflexión gracias a la cual se logra la construcción del conocimiento. Este conocimiento será el que posibilitará la emancipación.

Para lograrlo, deberíamos:

  • preguntar a los alumnos qué quieren aprender, por qué y para qué. El lugar del alumno en el aula debe ser el de sujeto, no el de objeto. Se debe evitar la pasividad en el aula.
  • incorporar la idea clave del contexto (conocimiento de mundo) en el proceso educativo. Debe existir la posibilidad de que los chicos participen en la planificación del programa.
  • enseñar cómo seleccionar la información, porque los alumnos saben usar la tecnología, pero de modos probablemente no tan útiles para el aula.
  • generar contenido basado en lo que los alumnos quieren aprender.

Los debates como el llevado a cabo en esta jornada deberían replicarse entre docentes, como agentes divulgadores del cambio.

La evaluación

Las mejores motivaciones mueren normalmente en el momento que comenzamos a preocuparnos de la medición. Debemos poner fin a los exámenes obligatorios y reinvertir los recursos en iniciativas educativas que puedan contribuir a crear valor auténtico y oportunidades de crecimiento. Pero, ¿cómo podemos evaluar de otra manera?

En primer lugar, debemos tener en cuenta que evaluar tiene una complejidad alta y, como tal, requiere ponerse en un contexto de complejidades. Consideramos que debemos buscar la evaluación como valoración.

Además, al haber estado formados en un sistema de evaluación, debemos preguntarnos: ¿al docente lo evalúan por los papers? ¿por la experiencia profesional? ¿por la capacidad como docente?

Aún quedan muchas preguntas por responder. Los invitamos a continuar el debate en búsqueda de respuestas que ayuden a lograr el cambio, que no debemos olvidar que está “en nuestras manos”. Dejen sus comentarios/aportes en cualquiera de nuestros canales de comunicación.

 

Participantes del debate en grupos:

Acerbo, Natalio; Bedouret, Denise; Berini, Fabián; Brunand, Silvia; Burgos, Claudia; Campos, Julia; Corbellini, Natalia; Cosentino, Agustina; del Rio, Gimena; del Río, Laura; Domínguez, Cecilia; Dudiuk, Pedro; Enríquez, Silvia; García, Paula; García Añon, Soledad; Gonzalez, Sofía; Libertini Lois, Estefanía; Marafuschi, Ma. Constanza; Orgeira, Guadalupe; Palladino, Ma. Laura; Pellegrino, Eugenia; Poza Ma. Victoria; Rodriguez, Adriana; Roisman, Victoria; Rom, Mónica; Saulo, Ana Inés; Severo, Cristina; Sosa, María Florencia; Ratto, Magdalena; Scorians, Erica; Tapia, Martina; Torres, Diego; Tudda, Juliana; Vallone, Camila; Veloz, Lautaro; Verdecia, Enrique; Wallace, Erika E.

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